Hace poco fue el centenario de uno de los colegios que
tuvo el agrado de tenerme como alumna, del cual me expulsaron por pegar un
forro en el espejo del baño de la casa de las pupilas, donde yo vivía, aunque
creo que en realidad el problema no fue el adminículo pegado en el espejo sino
que luego, en lugar de desecharlo simplemente en el tacho de basura, se lo di a
un compañero que lo soltó asqueado haciendo un gesto que me dio la pauta de que
creyó que estaba usado: no amigo, era nuevito y sin uso, solamente había sido
inflado por mi para que tuviera un efecto más artístico.
La cuestión fue que al revolearlo lejos quedó tirado en
el jardín del colegio a la vista de todo el alumnado, primario, secundario y de
kindergarten, además de la vista de profesores, celadores, directores y demás …ores
que pululaban por allí… evidentemente a
alguien no le gustó.
Y ese fue mi error: No desecharlo yo misma sino pretender
que otro se haga cargo de algo que había surgido de mi imaginativa creatividad.
Porque nunca había pasado nada: ni cuando tomábamos sol en ropa interior en el
techo del house, ni hablar de las latas de puchos donde guardábamos las
colillas de las toneladas de cigarrillos que fumábamos en el balcón aunque
lloviera, acuclilladas debajo la capa azul de lluvia, ni cuando asaltábamos de
noche la cocina, ni cuando salíamos del colegio por arriba la ligustrina y
volvíamos entrando por la puerta principal seguras de que el portero, que a esa
hora estaba perdidamente borracho y nos saludaba como la cosa más normal del
mundo, no notaría que era de noche y de algún lado veníamos, o que no tendríamos
que estar fuera del colegio a esa hora, ya que éramos pupilas.
Ese fue el problema: pretender que otro se haga cargo de
algo que había surgido de mi imaginativa creatividad.